VEEP

(Spoiler)

El último episodio de la quinta temporada de Veep, Inauguration (Investidura), recoge una de las mejores secuencias de una serie brutal y despiadada, sin duda la mejor comedia de los últimos años. En él, una descompuesta presidenta saliente –qué actriz tan inmensa Julia Louis-Dreyfus– insiste en una reunión con su séquito en la necesidad de dejar un legado para la posteridad. Ante las dudas de todos los miembros del gabinete, se levanta airada y exclama: 
 – ¡Envíen los buques de guerra a los mares del sur de China! ¡Quiero mi Premio Nobel de la Paz! 
Sin duda, esta frase es el epítome de una serie nada amable, que mezcla la sitcom con el drama político en tramas en ocasiones enrevesadas desde un punto de vista cáustico y, desde luego, al margen de toda convención. 

No hay piedad por ninguno de los personajes, ni siquiera por el de la omnipresente protagonista y sin embargo de todos nos enamoramos: de los simples, los rastreros, los medradores, los dóciles, los taciturnos, los mediocres y, sobre todo de ella: despiadada, cruel, mordaz, inteligente, frágil y gélida al tiempo. 

Veep es una serie de altura, una serie honesta y compleja, la mejor comedia de nuestro tiempo, una serie necesaria.

David Barreiro para Niebla Road

Imagen promocional de la serie VEEP

Nada se opone a la noche

Acabo de terminar la lectura de "Nada se opone a la noche" y quizá es demasiado pronto para hablar de ella. Sigo recomponiéndome, sí, yo también como lectora, de todo lo sucedido o mejor de todo lo descrito por la fabulosa Delphine de Vigan. Era el primero de sus libros que leía y he de decir que ya tengo en mi biblioteca otras dos de sus obras. Como si no hubiera tenido suficiente. Reconozco que me llevó un tiempo leer esta novela. Comencé sin mucho interés, movida por los habituales "te va a gustar" que me lanzaban y su estilo racional (pensé) y distante (qué inocencia) terminó por hipnotizarme. Delphine de Vigan va tejiendo el relato de forma que su voz es la nuestra. Pronto nos identificamos con su intimidad. No nos habla a nosotros, habla para sí misma, y nosotros somos ella. Su drama es el nuestro y nos hace pasear por su historia, la historia de una familia singular, viendo a través de sus ojos de niña, de adolescente y después desde su madurez. En su libro vivimos toda una vida, sino varias, de manera intensa y nos atrapa porque querríamos, como ella, cambiar el sino de Lucile, tan bella, tan misteriosa, tan seductora y dañina. También somos su madre y paseamos por París, más bien deambulamos, escapando a la sombra y cayendo irremediablemente en ella. Nada se opone a la noche, dice.

El ritmo de la novela, que en un principio consideré lento, pronto se hace trepidante. Quizá siempre lo fue. Su relato seduce como la mirada de Lucile en la fotografía de la portada, sin opción a una retirada. Una vez que has conocido a los personajes quieres, y necesitas saberlo todo. En sus entrevistas la escritora manifiesta con extrañeza la continua pregunta: ¿es todo real? Como si solo existiera una realidad. Vivimos lo que Delphine recuerda, lo que ha compuesto y recreado en su investigación familiar tras el impactante hallazgo con el que nos sorprende en la primera página: el descubrimiento de su madre muerta. Comenzamos el viaje pues, huérfanos, con el corazón encogido y continuará golpeándonos una y otra vez en su majestuosa narración que describe, sin regodearse los desvelos de una familia azotada como ella misma dice, demasiadas veces por la pérdida. El planteamiento a priori no parece atractivo, sin embargo De Vigan relata como nadie sentimientos, lazos familiares y escenarios donde todos podemos reconocernos. También hay lugar para la risa, la sonrisa, la vergüenza, el accidente, los encuentros, los hijos, los lugares, las vacaciones, los objetos, las direcciones que atrapan fragmentos de vida.

Sin duda es una lectura recomendable y necesaria, intensa, orgánica, vital, que he leído con el corazón encogido, con la lágrima latente y totalmente seducida por su espléndida escritura.


Olaya Pazos para Niebla Road




ORO

Decía Woody Allen en la apreciable "Todo lo demás" que no se debía copiar pero, en caso de hacerlo, copiar a los mejores. Sin duda, los referentes de todo creador están ahí y no hay por qué evitarlos, es justo ponerlos sobre la mesa. Lo que sucede es que si uno decide rendir un homenaje desde el primer plano a una obra maestra como Apocalipsis Now corre serio riesgo de salir escaldado. Quizás es lo que sucede con esa imagen aérea inicial de la selva de Nueva Granada en Oro, que nos remite de manera inmediata al Vietnam de Coppola y, por extensión, al Congo de Conrad. Díaz Yanes eleva de tal manera el listón de nuestras expectativas que posteriormente nunca, o casi nunca, lo consigue franquear.

Oro tiene virtudes inestimables en lo referente a la técnica, con una fotografía primorosa, envolvente y claustrofóbica y en la que se percibe la destreza de un realizador que se mueve con soltura y estilismo entre el fango y la lluvia, pero también tiene problemas, y serios.

El principal es el guión, lastrado por conversaciones insustanciales cuando se pretenden épicas y vacuas cuando se pretenden transitorias. La ruptura del ritmo constante y la falta de tensión que bien podría haber sido escrita mantienen a raya al espectador, siempre consciente de que está al otro lado de la pantalla. Así las cosas, a pesar del notable reparto, sólo Raúl Arévalo consigue dar sentido, fuerza, magnetismo y verosimilitud a una historia que busca continuamente sin encontrarlo su mítico El Dorado: un guionista.

David Barreiro para Niebla Road

Fotograma de la película ORO de Agustín Díaz Yanes

La trama nupcial (una reseña imposible)

Voy a hablar de una debilidad y una esperanza. Voy a hablar de una película que aún no existe, de un deseo que quizás nunca se convierta en realidad. 

Todo comenzó con una frase: “Los problemas amorosos de Madeleine empezaron cuando sus lecturas de teoría literaria desconstruyeron la idea que tenía del amor”. Esas palabras sembraron la semilla que, años más tarde, brotarían como una de las novelas esenciales en lo que llevamos de siglo XXI: La trama nupcial, de Jeffrey Eugenides. 

Es una historia de amor y enfermedad, de semiótica y filosofía, una novela de campus y aprendizaje, un ensayo oculto en la ficción, un homenaje (jamás reconocido por el autor) a David Foster Wallace. 

Descubrí a Eugenides a través del cine, gracias a la maravillosa adaptación que hizo de “Las vírgenes suicidas” Sofia Coppola. La película me llevó a la novela, que es no menos maravillosa con ese humor formal que preludia el contenido trágico. 

Después llegó Middlesex, al menos a mi biblioteca, malva y compacta de Anagrama, una historia cargada de nostalgia y detalles, otoñal e inmensa. Leo una noticia ya vieja que cuenta que HBO iba a hacer una serie a partir de ella. No ha sido así, pero quién sabe. 

No sería sencillo llevar al cine La trama nupcial: una historia que parte de las entrañas de los protagonistas y que se extiende en el tiempo, vidas complejas que para explicar en imágenes, reflexiones lúcidas sobre el amor, la amistad, el paso de los años o la locura. 

Pero seguro que alguien se anima. 

Yo no pierdo la esperanza.

David Barreiro para Niebla Road

Portada de La trama nupcial

Transparent

La fuerza de Transparent reside principalmente en la naturalidad y sinceridad con la que trata cada uno de los temas. La familia, la religión, la sexualidad, la crisis existencial de los personajes son  algunos de los argumentos con los que Jill Soloway salpica cada episodio. Desconocemos cómo sería la vida de los Pfefferman sin la famosa premisa con la que inicia el episodio piloto, pero el tan comentado anuncio no es a mi parecer lo que hace de esta serie una rara avis en la ficción actual ni por supuesto lo que la hace tan interesante y atractiva.

Los guiones, dígase tramas y diálogos son sofisticados, intelectuales y no por ello pretenciosos. Realmente es todo lo contrario, es la sencillez de sus complejos personajes, el enfoque y tono con los que la verdad de cada uno de ellos es expuesta lo que hace que por más que muestre realidades y preguntas que antes otros no habían mostrado los espectadores devoremos cada entrega con empatía y pasión. Esa familia disfuncional, enfrentada y unida a un mismo tiempo, extravagante y común, divertida y dramática, perdida y única es la nuestra. La sintonía e imágenes de videocámara de los títulos de crédito así nos lo dicen. Vamos a ver esbozos de un álbum familiar, sus secretos, lo que quieren ser y lo que se atreven a ser.

Transparent hay que verla, porque verla es quererla, por su libertad creativa, por su calidad interpretativa, por lo rompedora que es, porque aquí la pregunta que la señora Winterson hizo a su hija la escritora Jeanette ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? no tiene cabida, porque lo normal es aburrido, porque es una serie loca donde cualquiera que sea nuestra definición nos sentiremos identificados con sus sentimientos, sus alegrías y sus anhelos. Ojalá más series transparentes.

Olaya Pazos para Niebla Road


Un momento de la serie "Transparent"


Beautiful girls

Mientras escribía el guión de mi cortometraje Patatas, lo que tenía en mente era intentar reflejar el matriarcado emocional que había sostenido a familias durante generaciones. Era una historia de mujeres. La protagonista principal, la abuela, no salía en el cortometraje porque acababa de morir justo cuando comenzaba. Para narrarlo, lo hice desde el punto de vista del nieto de la fallecida, que regresaba a la casa familiar para el funeral. 

Nadie, o casi nadie, vio sin embargo aquel homenaje a la mujer en Patatas. Fue el gran fracaso del cortometraje. Su éxito, involuntario y sin duda inmerecido, se basó en que muchos espectadores se vieron identificados en esa vuelta al hogar del hijo que un día se fue. 

– Es un Beautiful girls a la asturiana – escribió alguien en alguna parte. 

Eso, sin duda, elevaba la categoría del cortometraje, aunque fuera en el terreno emocional. Había visto tantas veces la película de Ted Demme, que la había homenajeado sin querer. No fui el único. Beautiful Girls creó escuela y han sido muchas las películas que han seguido su estela temática y estilística. Me quedo con dos, Garden State, de Zach Braff, y Young adult, de Jason Reitman, con una deliciosa Charlize Theron. 

Hay una diferencia, ni en estas, ni en Patatas, los amigos se reúnen alrededor del piano con Uma Thurman para cantar Sweet Caroline pa pa pa good times never semmed so good...

David Barreiro para Niebla Road



Cartel de la película 





In the mood for love

"In the mood for love" (2000) es una maravillosa fábula de las relaciones moldeada a través de los silencios, con una fotografía poderosa y una investigación estilística que deriva en obra maestra. Los secretos, lo que no se dice, lo que no se muestra y la belleza de su lenguaje visual y sensorial crean una película que ha de ser revisada una y otra vez como fuente inagotable de inspiración. Este experimento visionario de Wong Kar-Wai no ha hecho sino ganar belleza con los años y colocarse en un lugar privilegiado en la historia del cine donde a menudo parece todo estar ya contado demostrando que una voz poderosa y diferente es lo que nos hace únicos y valiosos.

Olaya Pazos para Niebla Road

Fotograma de "In the mood for love"